La mayoría de los insectos, reptiles y peces tienen cientos de hijos, con la
esperanza de que alguno sobreviva. Las aves y mamíferos, en cambio, suelen
tener pocos hijos, pero los cuidan para que sobrevivan la mayoría. Los
mamíferos, por definición, necesitan mamar, y por lo tanto ningún recién nacido
puede sobrevivir sin su madre, Pero, según la especie, también necesitan a su
madre para muchas otras cosas.
En algunas
especies, el recién nacido es capaz de caminar en pocos minutos y seguir a su
madre (¿quién no recuerda aquella escena encantadora en Bambi?). Eso ocurre
sobre todo en los grandes herbívoros, como ovejas, vacas o ciervos. Estos
animales viven en grupos que devoran rápidamente la hierba de una zona, y
tienen que desplazarse cada día a un nuevo prado. Es necesario que la cría
pueda seguir a su madre en estos desplazamientos.
Los pequeños
herbívoros, como loa conejos, pueden esconder a sus crías en una madriguera,
salir a comer y volver varias veces al día para darles el pecho. Sus crías no
caminan nada más nacer, sino que son indefensas durante los primeros días. Lo
mismo ocurre con la mayoría de los carnívoros, como los gatos, perros o leones.
La madre sale a cazar dejando a sus indefensas crías escondidas. Las crías no
nacen sabiendo, sino que aprenden, y esto es importante, porque les permite una
mayor flexibilidad. Una conducta innata es siempre iguai, una conducta
aprendida puede adaptarse mejor a las condiciones del entorno, y perfeccionarse
con la práctica. La primera vez que un ciervo ve a un lobo, debe salir corriendo.
Si no lo hace bien, morirá, y por lo tanto no podrá aprender a hacerlo mejor.
Por eso es lógico que los ciervos sepan correr en cuanto nacen. Los lobos sí
que pueden aprender: la primera vez el ciervo se les escapa, pero con la
práctica consiguen atraparlo. Los Juegos de su infancia constituyen un
aprendizaje para su vida adulta.
Los primates
(los monos) parece ser que descendemos de animales que caminaban nada más
nacer. Pero, al vivir en los árboles, tuvimos que hacer cambios. Bambi resbala
varias veces antes de ponerse en pie; y eso no tiene importancia en el suelo.
Pero, subido en una rama, un resbalón puede ser fatal. De modo que los monitos
van todo el día colgados de su madre, hasta que son capaces de ir solos
perfectamente,sin el menor error.
Pero es el
monito el que se cuelga, activamente, de su madre, agarrándose con fuerza a su
pelo con manos y pies, y al pezón con su boca (cinco puntos de anclaje). La
madre puede correr de rama en rama, sin preocuparse de sujetar al niño. ¿Se
atrevería usted a ir de rama en rama, o simplemente caminando por la calle, con
su bebé a cuestas pero sin sujetarlo, ni con los brazos ni con ningún paño o
correa? Claro que no. Para que un niño sea capaz de colgarse de su madre y
sujetarse solo durante largo rato, probablemente debería tener al menos dos
años. Ya nuestros primos más cercanos, los chimpancés, son incapaces de
sujetarse solos al principio, y su madre tiene que abrazarlos, pero sólo
durante las dos primeras semanas.
La
diferencia con nuestros hijos es abismal. Y para caminar (no para dar cuatro
pasos a nuestro alrededor, como hacen al año, sino caminar de verdad, para
seguirnos cuando vamos de compras, sin llorar y sin que tengamos que girar la
cabeza cada segundo a ver si vienen o no), nuestros hijos tardan al menos tres
o cuatro años.
Hasta ios 12
o 14 años, es prácticamente imposible que los niños sobrevivan solos; y en la
práctica, procuramos no dejarles solos hasta los 18 ó 28 años. Los seres
humanos son los mamíferos que durante más tiempo necesitan a sus padres, y
dejan muy atrás a! segundo clasificado. Probablemente, esto se debe en parte a
nuestra gran inteligencia. Como decíamos de los lobos, la conducta debe ser
aprendida para ser inteligente, pues la conducta innata es puramente
automática. Nuestros hijos tienen que aprender más que ningún otro mamífero, y
por lo tanto tienen que nacer sabiendo menos.
¿Y qué tiene
todo esto que ver con que los niños se despierten? Ya llega, ya llega. Ahora
mismo veremos que tiene que ver todo lo anterior con la conducta de su propio
hijo.
Empezábamos
diciendo que hay crías que necesitan estar todo el rato con su madre, encima de
ella o siguiéndola a poca distancia, y otras que se quedan escondidas, en un
nido o madriguera, esperando a que su madre vuelva. Para saber a qué tipo
pertenece un animal, basta con observar cómo se comporta una cría cuando su
madre se va. Los que tienen que estar siempre juntos se ponen inmediatamente a
llorar, y lloran y lloran (o hacen el ruido equivalente en su especie) hasta
que su madre vuelve.Una cría de ganso, por ejemplo, aunque tenga agua y comida
cerca, no come ni bebe, sino que sólo llora hasta que sus padres vuelven, o
hasta la muerte. Sin sus padres, de todos modos no tardaría en morir, por lo
que debe agotar toda su energía en llorar para que vuelvan. Y debe empezar a
llorar inmediatamente, en cuanto se separa, porque cuanto más tarde en hacerlo
más lejos estará, y por tanto más difícil será que le oiga. En cambio, un
conejito o un gatito, cuando su madre se va, permanecen muy quietos y callados.
Esa separación es norma! en su especie, y si se pusieran a llorar podrían
atraer a otros animales, lo que siempre es peligroso. ¿Cómo reacciona su hijo
cuando usted le deja en la cuna y se aleja? Si, como hacían los míos, "se
pone a llorar como s¡ le matasen", quiere decir que, en nuestra especie,
lo normal es que los niños estén continuamente, las 24 horas, en contacto con
su madre.
Y no es
difícil imaginar que hace 50.000 años, cuando no teníamos casas, ni ropa, ni
muebles, separarse de su madre significaba la muerte. ¿Se imagina a un bebé
desnudo en el campo, al aire libre, expuesto a! sol, a la Huvia, al viento y a
las alimañas, sólo durante ocho horas, mientras su madre "trabaja"
recogiendo frutas y raíces? Ni siquiera una hora podría sobrevivir en esas
circunstancias. En tiempos de nuestros antepasados, los bebés estaban las 24
horas en brazos, y sólo se separaban de su madre para estar unos momentos en
brazos de su padre, su abuela o sus hermanos. Y cuando empezaban a caminar lo
hacían alrededor de su madre, y tanto la madre como el niño se miraban
continuamente, y se avisaban mutuamente cuando veían que e! otro se despistaba.
Hoy en día,
cuando usted deja a su hijo en la cuna, sabe que no corre ningún peligro. No
pasará frío, ni calor, ni se mojará, ni se lo comerá un lobo. Sabe que usted
está a pocos metros, y le oirá si pasa algo y vendrá en seguida (o, si usted ha
salido de casa, sabe que otra persona ha quedado de guardia, escuchando a pocos
metros).
Pero su hijo
no sabe todo eso. Nuestros niños, cuando nacen, son exactamente ¡guales a los
que nacían hace 50.000 años. Por si acaso, a la más mínima separación, lloran
como si usted se hubiera ido para siempre. Más adelante, cuando empiece a
comprender dónde está usted, cuándo volverá y quién ie cuida mientras tanto,
empezará a tolerar las separaciones con más tranquilidad. Pero aún faltan unos
años. Casi toda la conducta de! bebé, que aún no ha aprendido nada, es
instintiva, idéntica a la de nuestros remotos antepasados. Y ia conducta instintiva
de la madre también tiende a aparecer, aquí y allá, despuntando entre nuestras
gruesas capas de cultura y educación.
Por eso,
cuando vaya al parque con su hijo de tres años, ambos se comportarán de forma
muy similar a sus antepasados. Usted mirará casi todo el rato a su hijo, y le
avisará cuando se despiste ("ven aquí" "no vayas tan
lejos"). Su hijo también le mirará con frecuencia, y s¡ la ve despistada o
hablando con otras personas se pondrá nervioso, incluso se enfadará, e intentará
llamar su atención ("mira, Mamá, mira", "mira qué hago",
"mira qué he encontrado"...)
Llegamos a
la noche. Es un periodo particularmente delicado, porque si el niño duerme ocho
horas, y la madre se ha ¡do durante este tiempo, cuando despierte puede estar a
siete horas de marcha, y por más que llore no la oirá. Hay que montar la
guardia. Durante las primeras semanas, nuestros hijos están tan completamente
indefensos que es su madre la que debe encargarse de mantener el contacto. En
aquellas raras culturas (como la nuestra) en que madre e hijo no duermen
juntos, laseparación hace que la madre esté muy intranquila, y sienta la
necesidad imperiosa de ir a ver a su hijo cada cierto tiempo. ¿Qué madre no se
ha acercado a la cuna "para ver si respira"? Ciaro que sabe que está respirando,
claro que sabe que no te pasa nada, claro que sabe que su marido se reirá de
ella por haber ido... pero no puede evitarlo, tiene que ir.
A medida que
el niño crece, se va haciendo más independiente. Eso no significa que pase más
tiempo solo, o que haga las cosas sin ayuda, porque el ser humano es un animal
social, y no es normal que esté solo. Para un ser humano, la soledad no es
independencia, sino abandono. La independencia consiste en ser capaces de vivir
en comunidad, expresando nuestras necesidades para conseguir la ayuda de otros,
y ofreciendo nuestra ayuda para satisfacer las necesidades de los demás. Ahora
ya no hace falta que usted vaya a comprobar si su hijo respira o no; ¡él se lo
dirá! Como se está haciendo independiente, será él quien monte guardia. Se
despertará más o menos cada hora y media o dos horas, y buscará a su madre. SE
su madre está al lado, la olerá, la tocará, sentirá su calor, tal vez mame un
poco, y se volverá a dormir en seguida. Si su madre no está, se pondrá a llorar
hasta que venga. SÍ Mamá viene en seguida, se calmará rápidamente. Si tarda en
venir, costará mucho tranquilizarle; intentará mantenerse despierto, como
medida de seguridad, no sea que Mamá se vuelva a perder.
Es aquí
donde la vida real no coincide con los libros, porque a las madres les han
dicho que, a medida que su hijo crezca, cada vez dormirá más horas seguidas. Y
muchas se encuentran con la sorpresa de que es todo lo contrario. No es
"insomnio infantil", no son "malos hábitos", simplemente es
una conducta normal de los niños durante los primeros años. Una conducta que
desaparecerá por sí sola, no con "educación" ni
"entrenamiento", sino porque el niño se hará mayor y dejará de
necesitar la presencia continua de su madre.
Si cada vez
que su hijo llora usted acude, le está alentando a ser independiente, es decir,
a expresar sus necesidades a otras personas y a considerar que "lo
norma!" es que le atiendan. Eso le ayudará a ser un adulto seguro de sí
mismo e integrado en la sociedad.
Si cuando su
hijo llora usted te deja llorar, le está enseñando que sus necesidades no son
realmente importantes, y que otras personas "más sabias y poderosas"
que él pueden decidir mejor que él mismo lo que le conviene y lo que no. Se
hace más dependiente, porque depende de los caprichos de los demás y no se cree
lo suficientemente importante para merecer que le hagan caso,
Una infancia
feliz es un tesoro que dura para siempre, que nadie podrá jamás arrebatarte. La
infancia de su hijo está ahora en sus manos.
Es muy interesante la visión del Dr Carlos González. En cualquiera de sus libros da argumentos sobre todas sus afirmaciones.
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